domingo, 22 de marzo de 2009

De por qué me tatué un gato en la cabeza

Hace casi dos años mi vida cambió radicalmente. La explosión venía gestándose desde meses antes... toda mi vida en realidad... El caso es que estaba a punto de casarme y de pronto siempre no, de un día para otro, con todos mis proyectos (mi vida) flotando en el aire, a punto de caer...

-como cuando el Coyote de pronto pasa la línea entre la tierra y el barranco, pero se queda allí flotando y hasta que no mira hacia abajo, hasta que no cobra conciencia de que está a punto de caer, no cae...

y antes todavía nos regala una miradita-

... luego vino la depresión (es decir, ya estaba allí, pero como el Coyote, yo no la había notado) y con ella las ganas (y los tímidos intentos) de morirse. En esos momentos me salvó una gran amiga y una gata. La gran amiga, Larisa, sentenció: "Tú lo que necesitas es un gato"...

(Paréntesis para explicar mi relación previa con los gatos:
  1. Mi abuela odiaba* los gatos, contaba una historia sobre una mujer que olvidó una noche dejar entrar a su gato a casa, el gato maulló toda la noche, pero ella lo ignoró, a la mañana siguiente al abrir la puerta el gato saltó a su cuello y la mató -lindas historias cuenta mi abuela.
  2. Una vez tuve un gato negro, es decir, no lo tuve, el gato empezó a ir a mi casa porque le dábamos un plato con leche. Ese gato era negro y a él le tomé la primera fotografía de mi vida con una cámara de esas flacas largas que usaban un rollo extraño que parecía una pequeña pesa.
  3. Mi madre decía* que los gatos son MUY dañinos para la salud porque sus pelos causan asma y bla bla.
  4. Yo no quería un gato.)

... Yo no quería un gato. Pero un día llegó a mi casa con Nina en una cajita. Era una cosa minúscula.La adoré, no pude evitarlo. La bauticé Nina Hagen Eudave, por sus pelos coloridos y su carácter salvajón que con el tiempo se ha ido acrecentando. Estar tanto tiempo durante su infancia con un demente le forjó un carácter mordelón y arañador.

Nina me salvó la vida. Podrá parecer que exagero, pero ella sabía cuando yo me sentía mal, porque justo en esos momentos era cuando más maullaba, se trepaba en mi pierna, me mordía con sus dientecillos como alfileres o simplemente me observaba fijamente.

Nina fue creciendo hasta convertirse en un Ninasaurio

... y yo todavía hoy, casi dos años después, sigo batallando con y contra la depresión. Mi vida ha cambiado mucho, hoy vivo en Barcelona. Ya no tengo a Nina, mi madre* se quedó con ella y su visión sobre los gatos ha cambiado significativamente, al parecer los pelos ya no causan asma -de hecho la deja comer de su plato y duerme con ella y me ha desplazado en el papel de "padre" de Nina. Mi abuela* ahora la acaricia y se enoja cuando mi madre no se la lleva de visita. Nina nos cambió la vida a todos.

Aquí en Barcelona no tengo gato, de hecho no puedo tenerlo porque en mi piso es la regla. Pero mi relación con los gatos continúa, es una de las cosas que más me ha acercado a otra gran amiga, Valentine, mi hermana en Barcelona, que también se ha soplado alguna que otra crisis y me ha prestado a veces a Alistaire para "engatusarme" cuando estoy triste.

Una de mis últimas grandes tristezas viene de una cierta toma de conciencia sobre la finitud de las relaciones humanas. Curiosamente, sin embargo, esta vez no me hundió el dolor, más bien me hizo despertar, darme cuenta de que había terminado un ciclo y yo no me había dado cuenta (otra vez el Coyote).

Mi relación con los tatuajes es cosa aparte de la que hablaré después. Puedo adelantar que son una forma de comunicarme conmigo mismo, porque en general suelo ignorarme. Hacerme un tatuaje es inscribir en mí un mensaje que ya no puedo ignorar. Por eso un gato en la cabeza.

Un amigo en Barcelona, Carlos, me sugirió que lo llamara Haiku y agregó: "Todas las noches te susurrará en el oído: 'Ardió mi casa, ya nada me impide ver la luna". Él no sabe cuán certeras fueron sus palabras. Me recordó el inicio del ciclo. Larisa no sólo ama los gatos y me regaló a Nina, también ama los haikus y gracias a ella leí muchísimos y escribí algunos. Me recordó específicamente la procedencia de la imagen que ahora tengo tatuada en la cabeza (en aquellos días otra gran amiga, Michell, nos la mostró y comentamos que era genial por ambigua, porque no se sabía si el gato acababa de caer o si estaba erizado frente al peligro o si simplemente se estiraba) y un haiku que escribí en su honor:

Los gatos siempre

-las sombras no se rompen-

caen de pie.

Así que estoy comenzando un nuevo ciclo, con un nuevo gato cerca de mi oído, Haiku.

Debo aclarar que Sandra no está fuera de mi vida, ni mucho menos, sólo terminaron las Cosas que provoca la desesperación, comienza la hora de escuchar...